Navidades in-sostenibles
Suponga el lector que por un achaque cualquiera acude al médico. Suponga después que éste le diagnostica altos niveles de colesterol malo en sangre y que sus arterias se ven afectadas por la gran cantidad de grasa depositada en ellas. Sume a esto que el resto de su familia va también al facultativo y que todos los que viven bajo su techo se hallan en la misma situación: rezuman sebo por todos los poros. Habiéndose planteado esta situación, ¿seguiría comprando panceta para desayunar? ¿Quedaría con los amigos para dar cuenta, un día sí y otro también, de unos callos a la madrileña?
El sentido común seguro que le mostrará otros caminos para seguir viviendo, ¿o no? Con el calentamiento global pasa algo muy parecido. Sin embargo, la sociedad sigue (seguimos) pensando que esta enfermedad no va a afectar a su nivel de vida inmediato, que no es una cosa cercana y que sus actitudes no contribuyen a alargar esta agonía planetaria. Y como casi siempre, se equivoca. El problema del cambio climático afecta a todos, a los de aquí y a los de allá, y sólo se podrá regular (que no solucionar, ¡ojo!) siendo consecuentes con que cada acción local, cada gesto, cada decisión, son gramos de grasa que se acumulan en las arterias vitales del planeta. Se ha llegado a un (delicado) momento en que a políticos, intelectuales, presidentes de las asociaciones de vecinos, maestros y estudiantes se les llena la boca con palabras como sostenibilidad, cambio climático, reducción, reciclaje... Pero, ¿van estas afirmaciones lanzadas al viento, más allá de ser sólo simples palabras vacías de contenido? Me temo que en muchos de los casos, no.
En Santa Cruz, por ejemplo existe una Sociedad de Desarrollo (¿sostenible?) que, supongo, servirá para que la ciudad no se quede estancada, evolucione, mejore. Pues bien: esa institución ha programado una fiesta de año nuevo "con el mayor espectáculo de fuegos artificiales de Canarias". ¿Se ha tenido en cuenta en ese proyecto la repercusión medioambiental que puede llegar a generar la quema de cientos de kilos de pólvora? ¿No se podría aplicar el dinero que cuesta ese espectáculo efímero en sustituir lámparas incandescentes por otras de bajo consumo, por ejemplo? ¿No habría que comenzar a pensar en programar fiestas de carácter verdaderamente sostenible?
Las Navidades, estas fiestas de consumo desaforado y absurdo, son un flaco favor para la sostenibilidad: la basura, los envases, los papeles, las tonterías que compramos y mañana tiramos se acumulan en un espacio insular en el que apenas queda ya hueco para los propios desechos que generamos. Artículos como éste no son, la mayoría de las veces, políticamente correctos: es tabú criticar las tradiciones, las decisiones populares, aunque éstas sean perjudiciales y dañinas. Sólo me quedaría decir dos cosas: a los que coincidan conmigo en que debemos cuidar cada detalle en beneficio del futuro de nuestros hijos, que sólo actuando localmente podremos mejorar el estado global del planeta. A los que me criticarán por aguafiestas, aburrido y demagogo les conmino a volver al principio de este artículo: aunque sus corazones ya no puedan con más grasa, cenen esta noche un bocadillo de chorizo y dos morcillas. Al fin y al cabo, qué es una raya más para un tigre.
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