Que ya está bien, hombre
En esta provincia (Santa Cruz de Tenerife) hay cuatro periódicos. Hace algunos fines de semana (día 24) semana se produjo una manifestación en la ciudad de Santa Cruz, sobre la que tres de los rotativos coincidían en sus titulares: más de 4.000 personas se concentran para protestar contra el desarrollismo. En el tercero, la importancia de la marcha se redujo en muchos miles de asistentes. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Es importante, beneficioso o coyuntural quitar yerro a este yunque sobre el que se golpea? ¿Con qué fin? ¿Hay que desautorizar la voz de miles de personas para que otras muchas sigan creyendo que el sistema desarrollista instalado desde los sesenta sigue siendo apto para Canarias? Parece que sí.
Las manifestaciones se convierten, es verdad, en muchas ocasiones, en puras cabalgatas demagógicas que enarbolan banderas que nada tienen que ver con lo que se solicita. ¿Pero es este el caso? Desde hace algunos años, noviembre es la plataforma para que los colectivos más sensibilizados alcen la voz con un claro ¡Basta Ya! Parece que se corre el riesgo de institucionalizar la cita, de vaciar de contenido esta marcha, de olvidar la importancia de sus fines principales. Y la prueba está en que ya hasta algunos informadores, mediatizados y coaccionados, claro está, limitan números e importancia a la cita.
El proceso evolutivo que sufre Canarias es doloroso y perjudicial. Es un proceso mutilador que se aplica con retroexcavadoras y bolsas de cemento, comiendo metros a la costa cada día, destruyendo el suelo agrícola, limitando recursos ecológicos en beneficio de kilómetros de asfalto, ya sea para carreteras, enormes rotondas, ampliaciones de aeropuertos, puertos o simplemente urbanizaciones plagadas de adosados. No es demagogia: es lógico pensar que la sociedad necesita espacios infraestructurales que solucionen los problemas de la superpoblación y el crecimiento pero por lo que parece, el modelo no es el adecuado, o por lo menos no es el que los propios ciudadanos quieren. Esta manifestación de la semana pasada no está orquestada por ningún partido político; la hacen, en su mayoría, asambleas de vecinos (más o menos politizadas, pero de vecinos al fin). Por el contrario, sí que se podría asegurar que la demagogia está en decir que los que se manifiestan deberían ofrecer las soluciones. Esto es risible: los que salen a la calle, hartos ya de todo esto, no han sido elegidos por nadie, y en la mayoría de los casos no tienen la cualificación para proponer nada, faltaría menos. Pero, como ciudadanos, ostentan todo el derecho, y el deber, a cuestionar lo que perciben que les hace daño. Y la falta de suelo, de árboles, de costa, con todo lo que ello supone, hace daño. Hace falta que se vuelva a potenciar el campo, hace falta que se reduzca la contaminación, que se planten más árboles, que haya menos coches, que la vida en las Islas sea más vivible. Y para ello, además, hacen falta soluciones certeras, sostenibles, respetuosas, las hay, seguro que las hay. Hacen falta políticos que las busquen y que las pongan en práctica. Y sobran políticos adocenados y con los discursos aprendidos. Que se pongan a trabajar, y que no le echen la culpa a la inmigración, que ya está bien.
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