China, maratón y aire
La cercanía del desierto, y las constantes tormentas de arena que azotan la ciudad se mezclan con innumerables fábricas que aún usan carbón y el creciente número de vehículos a motor que transitan cada día por la ciudad.
Que el corredor etíope no esté a la altura de un nuevo maratón olímpico es una cuestión que no podemos ni afirmar ni negar (sí que correrá los 10.000); mas esa excusa de no correr esos 42 kilómetros por las calles pequinesas nos parece, no sólo loable, sino totalmente coherente con lo que debería ser el espíritu olímpico: a nadie se le ocurriría disputar una final de baloncesto en el interior de una discoteca en la que se permitiera fumar, por ejemplo. Por ello, los que verdaderamente sí que han metido la pata, y hasta la rodilla, han sido los del Comité Olímpico Internacional, asignando la celebración de unos Juegos a un país situado en el segundo lugar de la lista de los que más contaminan en el mundo, sólo por detrás de EE.UU. A todo esto, además, hay que añadir los manejos chinos -no demasiado limpios- en el Tibet, lo cual pondría una medallita más en el pecho del COI, que, por lo que parece, comulga con las ruedas de molino que le ofrece el Gobierno de Pekín.
Gebre, con su decisión de no correr la maratón en estos juegos, se ha erigido como un defensor a ultranza del medio ambiente, y su ejemplo lo deberían tomar otros deportistas. La polución en Pekín es tan alarmante que difícilmente se podrá ofrecer unos juegos a la altura de las circunstancias. Los únicos que pueden evidenciar este atentado ecológico son los participantes en los Juegos, y tienen una ocasión magnífica para hacerlo.
El Gobierno chino, por su parte, ha anunciado que cerrará fábricas y aumentará los controles mientras duren las olimpiadas. La pregunta es: ¿sólo mientras duren los juegos? ¿Y por qué no aumentar los controles de manera habitual y ordinaria, cumplir con Kyoto, y trabajar, como ya lo hacen muchos países, para tener un planeta más vivible? La actitud contaminante de China es muy negativa para la mejora del efecto invernadero, por ello occidente debería ser, como ha sido ya Gebreselassie, intolerante y castigar su insolidaridad con el planeta.