23 enero, 2008

Una bolsa, una multa

Alarmante. Cada año, en España, se usan más de diez millones y medio de bolsas de plástico no reutilizables. Más alarmante aún: después de su uso, que puede ser efímero, moderado o intensivo, ¿qué ocurre con ese material? Pues sólo una de cada diez de ellas irá a parar al contenedor amarillo, es decir, se reutilizará como materia prima. ¿El resto? al vertedero, a los barrancos, al río o al mar.
La utilización de bolsas reutilizables es tan antigua como nuestra civilización. Ya los primeros homínidos fabricaban con pieles zurrones en los que guardaban su comida. En otros tiempos más cercanos, nuestras abuelas tenían colgada detrás de la puerta una talega de tela con la que se iba a comprar el pan, cada día. El uso de aquella alforja carismática nunca afectó al sabor del pan. Entonces, ¿por qué hemos abandonado esa sostenible actitud en favor de llenar los basureros de materiales enormemente contaminantes? Hoy hacemos dispendio de envases, nos ofrecen bolsas en cada comercio para cada producto, incluso aquellos que nos caben en el bolsillo, y los aceptamos de buen grado, sin pensar siquiera en que no los necesitamos y que al aceptarlos estamos contribuyendo a contaminar un poco más el Planeta.
¿Cuál es la solución a este espantoso problema? Pues sin duda el de gravar el consumo de este tipo de productos. Sólo cuando nos duela el bolsillo seremos capaces de pensar en lo que realmente precisamos y en lo que no. Según un periódico de tirada nacional, Irlanda, en 2002, impuso una tasa de 0,15 euros por bolsa. A día de hoy en ese país (isla, como las nuestras) el uso de bolsas no reutilizables se ha reducido más de un 90%.
Más de 150 años tarda un plástico en desaparecer si es vertido al medio. Mientras, en su camino hacia la desaparición, puede desempeñar peligrosas ‘ruindades’: servir de caldo de cultivo para mosquitos de la malaria, enmallar tortugas, obstaculizar el tracto digestivo de delfines y ballenas, obstaculizar salidas de agua… en fin, ensuciar. Y todo ello sin contar lo que ha costado antes de nacer: kilos de petróleo y de gas, emisiones de CO2…
Hace algunos años, una simple bolsa de plástico era un producto atípico, raro, cuya reutilización se prolongaba hasta que se rompía. Ahora, se han convertido en bienes sin valor para el consumidor (el fatídico usar y tirar), pero que ‘cuestan’ mucho al medio ambiente. Por ello, y repetimos casi con certeza, la única manera de hacer ver que cada día clavamos un puñal envenenado al ecosistema será penar con dinero cada acción contaminante, cada mal gesto para el medio ambiente: que duela en los bolsillos, que afecte a la economía familiar (hoy en día ésta pesa más que los sentimientos, que el sentido común) y a partir de ahí se podrá empezar a hablar de concienciación, o no.

08 enero, 2008

Propósitos

Vamos a hacer los propósitos de año nuevo, vida nueva. Como hacemos cada año que empieza. Pongamos sobre la mesa las cosas que prometeremos en este comienzo de año, inflándonos como pavos, y que no vamos a cumplir, más que nada porque somos de naturaleza inconstante, y porque antes de llegar a los carnavales ya habremos olvidado.
Pero, hagámoslo, presumamos de formales, comprometámonos con nosotros mismos y con esta pelota (o planeta) azul suspendida en el espacio negro, aislada del resto del universo, perdida en la inmensidad del espacio.

Primer propósito. A partir de hoy, a separar las basuras. Cada desecho en su cubito, en su bolsa, para llevarlas por separado a los contenedores que están ahí, un poco más allá del portal, en la esquina. Vamos a hacer un pequeño esfuerzo por no tirar al contenedor verde los periódicos, los plásticos o los vidrios. Un sencillo paso ahorrará, a la larga, la tala de millones de árboles en el mundo, al extracción de miles de materias primas y la quema de toneladas de combustibles fósiles para su producción. Además, dejemos de tirar por el retrete el papel higiénico, usemos la papelera (¿Sabemos todos lo que es una papelera? ¿Quién ha sido el lumbrera que nos ha explicado que el papel se desintegra cuando desaparece por el retrete?)

Segundo propósito. Ahora que hemos descubierto que existe el transporte público, podremos dejar aparcado el coche si sólo vamos a recorrer un par de calles, ahorraremos en gasolina y en mala leche. No obstante, todos sabemos que este intento tendrá los días contados, porque el ser humano gusta de sufrir en la carretera y si no maldice cada día por la ventanilla tres o cuatro veces pierde el sueño y las ganas de vivir.

Tercer propósito. Desde enero de 2008 apagaremos la luz cuando salgamos de las habitaciones, en invierno bajaremos dos grados la calefacción (el que la use), y en verano subiremos uno el aire acondicionado. No dejaremos la plancha enchufada mientras nos tomamos un cortado en la cocina y, ¡por Dios!, no pondremos la secadora aquellos días en los que las piedras se derriten del sol que luce en estas islas desafortunadas.

Cuarto propósito. Pensar en que con cada acción irrespetuosa con el medio ambiente podemos perjudicar a miles de personas y animales en otra parte del mundo, que con cada gesto irresponsable hacemos este planeta un erial insufrible, donde, sin remedio, tendrán que malvivir nuestros hijos.

Quinto propósito. Dejar de ser absolutamente necios. Se que costará, sobre todo este último. Pero la intención es buena. A ver cuánto duramos.